Va a cumplirse el primer aniversario de nuestra gloriosa Revolución, y al retrotraer a la mente los últimos días del Gobierno de Machado, la impresión de las cruentas horas de ansiedad, de emoción y de peligro, compensa la tribulación de mi espíritu, la seguridad de que la lucha no ha sido estéril.
La confusión política y social que ha venido agitando a nuestro país, y que ponía en peligro y atacaba el corazón mismo de nuestras instituciones republicanas, afortunadamente va encauzándose camino a la normalidad y tenemos la firme y segura esperanza de que las luchas intestinas terminen por siempre en nuestro suelo bendito que regaron con su heroica sangre los inmortales predecesores en la contienda por la libertad. ¡Ojalá que esta sana y patriótica esperanza que nos anima no sea defraudada por inesperados hechos desgraciados y fatales!
Mucho se ha hablado, y de seguro se hablará más aún, sobre la Revolución de las clases y soldados. El 4 de Septiembre de 1933 será una fecha más en las turbulentas páginas de la historia de Cuba republicana; pero señalará en las mismas una nueva ruta en las orientaciones políticas y en las cuestiones sociales que vienen ocupando la mente de las principales y más destacadas figuras de esta preciosa y sufrida isla, haciendo época por su carácter único, por su pureza, por su sencillez y por su modestia, con repercusión inmediata y permanente en los anales del mundo.
No hablemos, pues, del 4 de Septiembre que es para el soldado, como debe serlo para todo cubano, altar de sacrificio y nuncio de definitivas vibraciones en el corazón del hombre en su afán de conquistar el mayor bien, en los sentimientos humanos. No obstante mis deseos de reducir, resumiendo, a la justa y verdadera razón histórica el motivo, origen, génesis, etcétera, de la acción conjunta, unánime y plausible de nuestro gesto, todo lo que se ha dicho y pudiera decirse, dejamos para luego, en la oportunidad que mi atareada existencia me permita y cuando la pasión y los sentimientos muy naturales de antagonismos hayan dejado a los individuos la facultad reflexiva para "rumiar" y concebir la grandeza y honradez de los buenos y nobles propósitos, el análisis sereno de todas estas cosas.
¡El enorme paso de las grandes y graves responsabilidades de la nación cubana, con todo el cúmulo de acontecimientos de la parcialidad de las distintas pasiones convergentes al corazón de la Patria, no tuvo más sostén, en los momentos de peligro para nuestra nacionalidad, que los hombros humildes, pero firmes, del soldado!
No queremos aplausos por lo hecho. A nuestra conciencia de hombre libres, de soldados cubanos por y para la República, le basta la satisfacción del deber cumplido, la viril complacencia de haber afrontado de lleno nuestras obligaciones y responder serenos, sin inmutaciones u omisiones claudicantes, a la responsabilidad jurídica e histórica que hayamos contraido.
Dejemos, pues, para la Historia, que nos juzga al presente, el juicio definitivo, a cuyo fallo inapelable nos sometemos.
Jefe del Ejército Constitucional.
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