Diego Reyes
La Iglesia de los padres Pasionistas en La Víbora.
Coh. Mario de Jesús Agonizante, cp. (Mario Adolfo Martí Brenes)
A finales de la década del veinte (del siglo XX), siendo Rector[1][1] del Retiro-Comunidad de los Reverendos Padres Pasionistas del barrio habanero de La Víbora el hoy Beato Nicéforo Diez[2][2], era notorio el crecimiento de la feligresía en número y calidad. Por lo mismo, la capilla se mostraba cada vez más insuficiente para los nobles propósitos evangelizadores y de atención a las almas de los clérigos. Y es que el pueblo, siempre sagaz, había comprendido que esos frailes de vivir austero, pletóricos de profunda espiritualidad y enfundados de cerrado hábito negro -con el escudo de la Pasión de Jesús en el pecho-, se entregaban a sus ovejas sin medir cuotas de amor y sacrificio. Y como amor con amor se paga la gente respondió a la llamada. Es que para un Pasionista la medida del amor es amar sin medida. Fue este santo varón, digo el Beato Nicéforo, quien dio el primer impulso a la idea de construir un gran templo aprovechando aquel pedazo de solar propiedad de los Pasionistas y que aún permanecía baldío[3][3]. También al Padre Nicéforo Diez se deben dos directrices importantísimas para el inmediato proceder: 1. No se podría contraer deudas en el transcurso de la obra y 2. El templo a fabricar ... “... debe, por lo menos, recordar a la catedral de Burgos ...” (edificio, como bien se sabe, representante del más espléndido gótico español del siglo XIII). Para quien no esté familiarizado con la vida de La Habana en la primera mitad del siglo XX le será difícil comprender estas recomendaciones. Es que por aquellos años las Órdenes y Congregaciones Religiosas asentadas en la urbe se entregaban o recientemente habían terminado, la fabricación de enormes y espléndidos templos que rivalizaban entre sí. Pero aquellos frailes, -digo Dominicos, Franciscanos, Capuchinos, Jesuitas, etc-, estaban ubicados en zonas donde el poder adquisitivo de las gentes era muy superior al de los viboreños. Y era en La Víbora donde los Pasionistas peregrinaban al Padre. Los nuestros sabían, además, que su pueblo quería un templo digno para no ser menos en el homenaje que la ciudad rendía a su Salvador. -“No hay dinero”-, razonaban los frailes pero los fieles insistían. “-¿La Víbora quiere entrar en la porfía? Pues muy santo y muy bueno, -argumentó con su característica energía el Padre Nicéforo- -Pero quien quiere azul celeste qué le cueste: Los fieles deben hacer sacrificios, y entonces tendrán su templo, (nuestro sacrificio está de por sí asegurado) ... ¡Y qué templo le vamos a dar si nos apoyan como es debido!” ... Era que el entusiasmo de aquellas gentes trabajadoras y devotas lo impregnaba todo ... y me refiero a las ovejas y a sus pastores. No obstante, en apariencia, no había como conciliar ambas ideas. -¿Hacer una Iglesia semejante sin dinero, están locos”- Cacareaban los escépticos de siempre. Perfectamente lo sabían los frailes Pasionistas que quedaron a cargo de aquella torre de Babel –yo diría mejor bi-torre de Babel- porque el templo resultante tiene dos campanarios. Sin duda se asumió un proyecto verdaderamente majestuoso con la sola voluntad de unos muy humildes frailes, el ímpetu del la gente que los seguía ... y el apoyo del Señor todopoderoso..
Comenzaron los forcejeos y las colectas: En 1932, el Padre Teófilo Larrión[4][4], sucesor del Padre Nicéforo en el Rectorado[5][5], logró del gobierno del Presidente de la República, Gerardo Machado Morales (1925-1933), un primer paso: La orden de hacer la salida de la calle Vista Alegre a la Calzada de Jesús del Monte (o Diez de Octubre, como también se le conoce), bloqueada por dos caserones, uno de los cuales fue donado por su dueño, hombre profundamente católico[6][6]. Se concreta así una solución al imperativo de mejorar la comunicación con los feligreses, resultando de paso una plazuela útil para aparcar automóviles y afín a la mejor visibilidad del futuro templo. Era este un gran logro, pues sin dicha salida la nueva iglesia no tenía razón de ser por lo menos en lo tocante a su magnificencia estilística, que no sería apreciada por nadie. Años después (en 1946) doña Paulina, Primera Dama del gobierno del Presidente don Ramón Grau San Martín, enamorada de la obra, concibió la idea de demoler la manzana del frente de la iglesia y sustituirla por una plaza –“Transformar la plazuela en plaza, para que la bella arquitectura del templo –impresionante ya antes de concluir los trabajos-, sirva aún más al realce de la barriada”. Como dicha manzana tiene una forma irregular, -algo inusitado en una ciudad de planta de tablero de ajedrez-, la plaza propuesta y nunca llevada acabo, hubiera sido el toque final del conjunto. Aún así la preocupación de aquella Primera Dama de la República sirve para dar una idea del revuelo que se armaba al irse empinando poco a poco tan grácil monumento. Pues a pesar de ser una impresionante mole de concreto no se nota por las proporciones: Sus torres, que proyectan al infinito agujas frondadas de fino encaje -hasta los 50 metros de alto-, adelgazan hasta el vértigo el delicado frente de 40 metros de ancho. Porque para sorpresa de los entendidos, no tiene arbotantes ni contrafuertes, innecesarios en la técnica del hormigón, y completamente desconocidos para el buenazo de Diego Reyes- (de quien más abajo hablaré con amplitud), por lo que sin querer contribuyó a sellar un gótico que lleva a su máxima expresión los presupuestos que soñaron sus creadores y que, por razones materiales, nunca pudieron concretar. Es así acentuado ese aire de ligereza y esbeltez que caracteriza al edificio. Vista por el fondo, a poco menos de un kilómetro de distancia, el ábside trasero de la nave central y único, le da aspecto de enorme goleta que desafía los vientos, llenas de arcos de ojiva y pináculos sus paredes y pretiles. Localizada desde cualquier punto de La Habana, por ese curioso que se atreve a escudriñar cumbres, dentro del enorme y abigarrado conjunto urbanístico que es la ciudad, descubre a la mismísima paloma de Espíritu Santo, alegre, casi risueña, que parece exclamar: “¡Soy el Espíritu de Dios que me dispongo a revolotear sobre las aguas del golfo para reiniciar la creación!”. ¿Quién puede imaginar La Víbora sin Los Pasionistas? – que es como el pueblo ha bautizado al su templo-. Es que ni siquiera La Habana como ciudad se puede dar el lujo de perder tan glorioso disfrute. Punto y aparte merece la fachada: Rosetones con cubierta de hierro forjado, galerías de tracería y ojivas que se cruzan y recruzan; largas ventanas geminadas; de nuevo tracerías hermanado ventanas, mandorlas y tímpanos rellenos de motivos de la flora cubana formando trilóbulos, cuadrifolios, trifolículos y otros caprichos. En el centro, presidiendo el conjunto, en el gablete, la estatua de Santa Gema Galgani, llena de la ingenuidad que imprime el naif a su obra. Más abajo, la puerta principal proyectando sus arquivoltas. ¡Qué alegría de vivir! Pero ¿qué hago? Perdónenme, que me he dejado llevar del embrujo voluptuoso de las formas. Sigo con la historia. Durante el gobierno religioso del Padre Claudio de la Fuente en La Víbora (1935–1942) [7][7], el Padre Teófilo Larrión, en su condición de Vicario, pasó a ocupar el puesto de Director-Administrador de las obras, cargo en el que permaneció hasta la conclusión. Aprovechando su visita canónica a La Habana, en 1936, -la última antes de su asesinato en la Guerra Civil Española-, del Padre Nicéforo, ya Provincial de la Sagrada Familia, trajo consigo unos planos tentativos de la fachada, trazados por el ingeniero madrileño Manuel Mendoza, que habían sido previamente aprobados por la Curia Provincial en Zaragoza. (Luego el Padre General Pasionista y su Consejo en Roma refrendarían esa decisión). En el capítulo local celebrado al efecto el Padre Provincial Nicéforo urgió a principiar de inmediato: “ ...comencemos con la esperanza puesta en Dios, que no faltarán los que en Él confían ... no habrá más capital que la ayuda del Señor y la piedad de sus fieles ... si no comenzamos nunca acabaremos, dejemos las dudas a un lado. Contamos con la capilla y así no nos correrá prisa. Trabajemos con mucho gusto y finura que lo hacemos para Dios. ¡Qué el Señor y el pueblo por Él inspirado, nos ayuden ...” La primera piedra resultó bendecida el 17 de febrero de 1936, -a los 25 años de la primera capilla- en acto presidido por el Arzobispo metropolitano don José Manuel Dámaso Ruiz y Rodríguez. Otro obispo hacía acto de presencia: el Pasionista cubano Monseñor Eduardo Martínez Dalmau, recién consagrado titular de la diócesis de Cienfuegos[8][8]; los acompañaba el Padre Nicéforo Diez que se quedó para asistir al acto[9][9] Por cierto el nombre que llevó en esa bendición fue el de “Iglesia de la Santa Cruz” (aunque también se barajaron los nombres de Sagrado Corazón y Calvario). Durante doce años la responsabilidad de todo caería sobre los hombros de dos religiosos: El Padre Teófilo Larrión del que ya se ha hablado, quien inspeccionaría cada ladrillo y administraría cada centavo, lloraría cada fracaso y celebraría cada victoria; y el hermano Ambrosio[10][10], responsable de la postulación, y quien, en 1936, inicia la colecta pública con la solemne promesa de conseguir: “... por lo menos 550[11][11] pesos mensuales durante el tiempo que duraran las obras ...”, propósito que jamás incumplió. Los viboreños le sacarían estas coplas que mucho que se cantaron el barrio:
Popular, nada severo,
de ancha espalda y tersa frente
sabe hipnotizar a la gente,
para sacarle el dinero.
Humilde como un cordero,
a todo responde “amén”
hasta del diablo habla bien,
ningún criminal lo arredra,
ha hecho un milagro de piedra,
y está dispuesto a hacer cien ...
Se dice que estas coplillas fueron obra del popular jorobado don Bebo Azcué uno de los feligreses de entonces. El Padre Teófilo “animoso y optimista, lleno de entusiasmo”, el Hermano Ambrosio ... ”otra columna fuerte del nuevo templo”, y el Hermano Pedro Larrabide no ahorraron sacrificios, diría en su momento el cronista. De inmediato se puso manos a la obra. Se contrató a un constructor, que comenzó las tareas de cimentación del inmueble, fácil en aquella colina de durísima roca. Así recayó inicialmente la tutela del empeño en el vecino y feligrés, el Arquitecto Federico de Arias Rey[12][12], siendo pronto sustituido por otro profesional, el famoso Arquitecto Emilio Enseñat Macías, autor de infinidad de obras admirables en La Habana. Pero, en honor a la verdad ambos fueron simples "firmones". (Por cierto, Arias resultó ser un verdadero granuja, que sin el más mínimo decoro, intentó medrar con el dinero de los donantes de la obra; lo que provocó la indignación de los frailes y su sustitución sin haber concluido aún las tareas de cimentación. En cambio don Emilio Enseñat Macías[13][13] se portó como un verdadero caballero católico, y únicamente pidió lo necesario para pagar los impuestos de construcción al fisco. Y es que de haber estado a Enseñat realmente a cargo del proyecto, la empresa habría abortado por la una enorme subida del presupuesto, imposible de afrontar para los Pasionistas, porque don Enseñat cobraba unos honorarios privativos.
Enseñat puso su nombre y sus influencias en el ayuntamiento, algún que otro consejo, pero nada más –y ha aparecido hasta hoy oficialmente como autor de tan significativa obra, pero el nombre del verdadero autor de esa joya es el de un hombre que hasta hoy ha permanecido casi en el anonimato ... Ya lo presenté antes sin querer: El verdadero artista fue un modesto y desconocido constructor. No aparece ni en catálogos ni en manuales. Era recatado e insignificante en sus maneras hasta el fastidio y reservado como la misma roca. Al mismo tiempo de tesón era impresionante. Nada para él se dejaba para mañana. Desbordaba un singularísimo talento sobre todo lo que tocaba y como el rey Midas legendario, transformaba áridos en obras de arte: Así, don Diego L. Reyes García, con gusto sin par y fina intuición constructiva, descubrió las soluciones más adecuadas a la empresa. Creo que en todo esto tuvo que ver su espíritu religioso, casi místico diría, que lo sumergió en ese propósito con empeño obsesivo hasta el fin de su vida. Resultado de este tenaz trabajo de doce largos años, es el templo, calificado por algunos como "neogótico" que se yergue en la barriada habanera de La Víbora. Esa garza bicéfala posada en unas de las más empinadas colinas de la ciudad, desde donde los frailes de la Pasión del Señor otean, preocupados, a su grey. Diego era natural de Caibarién, donde los Pasionistas regenteaban una parroquia. Jamás salió de Cuba, nunca tuvo acceso a la gran cultura por lo que trabajó a partir de ideas propias y peculiares. A él, que nada sabía del gótico, ni mucho menos había visto ejemplos originales, sólo le entregaron los escuetos planos llegados de España y se le dijo, a modo de orientación, que debería parecerse a esas malas fotos de la catedral de Burgos, que a continuación pusieron en sus manos. Para más dificultades no había dinero para pagar a escultores. ¿Qué hacer? Así salió innumerables veces, lápiz en mano para dibujar los adornos del templo del Sagrado Corazón de Jesús de los Jesuitas de la calle Reina; el de San Juan de Letrán, de los Dominicos en la barriada rica de El Vedado; y otros de inspiración neogótica que se construían en esos días o habían sido construidos recientemente. La otra dificultad, la de no contar con escultor, la salvó don Diego haciendo el mismo las esculturas... Y que finuras modeló, hay que verlas. Pero no quedó ahí, lo mismo hacía planos, que trabajaba la carpintería de los encofrados, que participaba, como un albañil más, en la delicada fundición de los moldes. ¿Y los honorarios? -“Lo que se pueda Hermano Ambrosio”- decía cuando venían a pagarle, temeroso de que no se hubiera podido reunir su sueldo, en los momentos más tensos de las finanzas. La obra se definiría inmediatamente después del terminados los cimientos. Había que levantar una nave hipóstila central con 18 columnas y dos naves laterales con otras tantas pilastras. Con laboriosidad benedictina, Diego, diseñó la base el fuste y el capitel con hojarasca, a tamaño original, hizo un modelo en madera y le sacó un molde en escayola para encofrar. El propio Colegio de Arquitectos de La Habana le dijo al Padre Teófilo que era una locura intentar fundir las columnas en una sola pieza de hormigón armado, mucho menos formando un solo cuerpo con los decorados; que estos últimos quedarían desechos en la operación de desencofrar. Aquel día en el que se le quitó el molde a la primera columna, se reunieron montones de curiosos, empezando por el intrigado Enseñat.
Desclavadas las sujeciones no se despegaba el armazón, que parecí no querer soltar a su presa. Diego sudaba copiosamente y, muy disgustado, profería dicterios entre dientes. Por fin de un golpe salió el molde. Una exclamación de asombro se sintió: Ante todos, exhibiendo su rara belleza, estaba la columna como salida de la mano de un delicado escultor, de esos que no descuida ni la más mínima hoja del capitel. Pero ¿Qué era aquello? ¿A cual estilo pertenecía? Diego, como cualquier artista, no presto mucho atención a las preguntas. Para él solo había un problema ¿Cómo solucionar el percance aquel? Perfeccionaría su método de moldeo. Había que calafatear la madera con grasa gruesa para impedir que la madera del encofrado se hinchara con la humedad del hormigón. También el acero de la armazón fue preservado con grasa para alargar la vida útil de la obra. Después de este percance la construcción continuó por el mismo sistema: Diego hacía los moldes a los que le adicionaba figurillas de todo tipo –ángeles alados, gárgolas, pináculos, volutas, motivos florales y mil ideas más que fueron saliendo de su fértil cabeza. Así fue como se logró que estructura y decoración formaran un solo cuerpo. Muchas horas dedicaba a la trabajosa tarea de la fundición, que debía ser muy poco a poco para eliminar cualquier burbuja que provocara un defecto en la terminación de objeto de obra. En 1939, tras tres años de iniciada las labores de construcción, la obra aparecía con las paredes levantadas hasta la altura de las bóvedas, con ventanales de siete metros y medio, además estaba concluido en lo fundamenta el primer cuerpo de la fachada, admiración de los asombrados transeúntes. Dentro, se alzaban airosas las 28 columnas de las tres naves, además de las cuatro, colosales, que servirían de soporte a las torres. Pero el laborioso trabajo apenas comenzaba. Se sucedieron capítulos y gobiernos: Primero bajo el superiorato del R.P. Nicolás de la Asunción[14][14] (1942–1945) que sucedió al Padre Claudio, y el R.P. Francisco de la Inmaculada[15][15] (1945–1948) siempre sin dejar de ser Vicario el R.P. Teófilo Larrión. El 14 de septiembre de 1948, fecha seleccionada por el Padre Teófilo Larrión[16][16], fue inaugurada la iglesia, sin aún haberse concluidos las torres: Atrás quedaron “ ... doce años de intensos trabajos, de titánicos esfuerzos, de fatigas sin cuento, de penas, alegría; sinsabores y satisfacciones han culminado en la efemérides gloriosa que sucintamente vamos a reseñar. No me puedo olvidar en este momento del infatigable Hermano Ambrosio, ni del Padre Teófilo que ha desplegado una actividad pasmosa para realizar el sueño magnífico que acariciaban los superiores locales y mayores ...” Escribió el Padre Superior de entonces, don Antonio Perujo[17][17], al reseñar la bendición del 14 de septiembre de 1948. Hubo además un acto en el teatro Santa Catalina. No se exagera, para los Pasionista que lo conocen, el templo en cuestión es uno de los más destacados de una ciudad que no está huérfana –ni mucho menos- de iglesias espléndidas y no sólo de La Habana sino de la propia Congregación de la Pasión de Jesucristo en el mundo entero donde tiene desperdigadas sus misiones. Las torres no se terminarían hasta 1953, en el superiorato de Padre Felipe Alonso (1951–1954). Algo más ahora sobre el estilo: ¿Es neogótico? Cuando en 1998 el Papa visitó a Cuba muchos de la comitiva llegaron hasta La Víbora atraídos por esa “bellísima iglesia” que se enseñorea de la ciudad desde su altura. Muchos eran personas muy conocedoras de arte eclesiástico. Apuntaron ideas interesantes como que el uso del hormigón armado permitió al constructor abrir un conjunto de filigranas en las paredes –encajes, se puede decir- y en las torres, imposible con otra técnica constructiva. El conjunto se les antojó a muchos “muy apropiado para un país subtropical de verano largo y húmedo”. Más aún, se percataban de que las formas y los motivos no procedían de ningún estilo conocido. Es que el constructor ¿sin proponérselo? Había dejado la impronta de un país danzante y sensual en las paredes del templo. Diego no reprodujo la atmósfera aplastante de sus modelos, inspirados en el deseo de que el feligrés se sintiera nada frente al absoluto de Dios omnipresente y todopoderoso. Diego tomo ideas y las recreó, impregnando el lugar de alegría de vivir, de deseo de alabar al Señor por la dicha de ser criatura. Es que el cubano se ríe y bromea en la desgracia, nada lo destruye, se rehace a cada paso en la adversidad. Por lo mismo creo que se debería calificar al templo como “Gótico Tropical de Diego Reyes”.Perdónenme la osadía los especialistas en historia del arte. Y aún hoy, desde sus empinadas atalayas los frailes Pasionistas, a pesar de situaciones muy adversas, siguen oteando a su grey. Y el templo, esa garza siamesa de inmaculada blancura que extiende sus alas al viento del Atlántico, sigue posada en una de las colinas más majestuosas de la ciudad, a la espera que le reparemos las heridas que los años y la desidia de los hombres le han causado. Nota: Estimado lector que has sido tan paciente que me soportas ya dos artículos sobre La Víbora y los Pasionistas: Si eres viboreño notarás que no he hablado de las famosas tómbolas de Hermano Ambrosio, ni de su simpática personalidad; ni siquiera de la enorme valla que colocó en la fachada de la Iglesia con su fotografía de cuerpo entero y las dos torres a cada lado con un letrero que imploraba: “¡Ayúdanos a terminarlas!” (ocurrió que muchas personas se acercaron a los frailes con alguna idea parecida a está: “Padre, hice una promesa a ese santo milagroso y me la concedió. Tome este donativo para las torres”). No es sólo Ambrosio, muchísimos temas me quedan en el tintero como, incluso de tinte menos agradable como la desagradable disputa con el arquitecto Federico de Arias Rey. Sólo te digo, querido lector, que todo llegará, espera la próxima entrega ... urgente, sos urgente: “la iglesia de los pasionistas de la víbora se deteriora alarmantemente: compadécete viboreño, habanero, cubano, hombre de buena voluntad donde quiera que estés. has lo que puedas por impedir que esa joya se pierda.¡comunicate con nosotros!” en un artículo intitulado “una ciudad que es un viaje a través de múltiples arquitecturas”, publicado por la revista digital de Jesús Díaz “Encuentro en la Red” y firmado por Baltazar Martínez, se lee lo siguiente: “En la calle Reina, la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, y en la Víbora, su maravillosa iglesia neogótica, dan testimonio de que la Isla no escapó a la fascinación de regresar al gótico de los franceses y los ingleses, y en general, de toda Europa”. [1][1] Superiorato que se extendió desde el 9 de diciembre de 1926 hasta el 27 de agosto de 1932 cuando fue nombrado Primer Consultor Provincial y por tanto debió quedarse en Zaragoza a donde había ido a participar del Capítulo en su condición de Rector del Retiro de La Habana. [2][2] En la vida religiosa Nicéforo de Jesús y María, en la vida civil Vicente Diez Tejerina. Nacido el 17 de febrero de 1893 en Herreruela, Palencia. Hijo de Vicente y Balbina. Hizo su profesión religiosa el 17 de marzo de 1909 y se ordenó de sacerdote el 17 de junio de 1916. Es uno de los mártires del convento Pasionista de Daimiel, Ciudad Real. Murió fusilado el 23 de julio de 1936 en Manzanares. [3][3] El 30 de septiembre de 1913 se había comprado un terreno de 58 X 50 metros en la esquina de calle San Buenaventura y Vista Alegre en la popular barriada habanera de La Víbora, barrio de obreros y clase media (donde tampoco faltaban residencias de potentados por aquí y por allí). Era La Habana de entonces una ciudad donde no había miseria. Del antes dicho terreno sólo estaba edificada la mitad que ocupaban la capilla y el Retiro (convento). [4][4] Llamado en la vida civil Florencio Larrión Azanza y en la vida religiosa Teófilo de San Francisco Javier. Nació el 11 de mayo de 1881 en Eulz, Pamplona, Navarra. Hijo de Galo y María Luisa. Hizo su profesión religiosa el 7 de febrero de 1900 y se ordenó el 23 de septiembre de 1906. Permaneció casi toda su vida de misión en Cuba. [5][5] Fue Rector desde septiembre de 1932 hasta el 18 de octubre de 1935. [6][6] Desde hacía años se pretendía esa apertura. La calzada de Jesús del Monte había existido como Camino Real de comunicación de la villa de La Habana con los pueblos del interior desde hacía siglos, mucho antes de la urbanización de La Víbora, es por eso que las casas de sus lados habían sido construidas anárquicamente. Para abrir Vista Alegre se recurrió al alcalde metropolitano de facto don Guillermo Belt, quien ordenó la expropiación de las casas. El “Diario de La Marina”, desde 1928 propugnaba la apertura de Vista Alegre. Un acuerdo de la Cámara Municipal ordenaba el pago de $ 24,347.25 por las expropiaciones. El alcalde Belt, finalmente, lo hizo en 1936 por $8,935.65, según publicó el “Diario de La Marina”. [7][7] Claudio del Niño Jesús, en la vida civil, Pedro de la Fuente Macho. Nació el 9 de agosto de 1893 en Velilla del Río Carrión, Palencia. Profesó el 28 de diciembre de 1909 y se ordenó sacerdote el 17 de junio de 1916. Trabajó casi toda su vida en Cuba. Murió el 22 de abril de 1965 en La Habana. [8][8] Último prelado religioso de las diócesis cubanas. [9][9] Presentes estaban además, toda la Comunidad de los Pasionistas de La Habana, compuesta por el M.R.P. Provincial Nicéforo Diez Tejerina,cp (ya mencionado) y por: R.P. Superior Claudio de la Fuente, cp.; R.P. Vicario Teófilo Larrión; R.P. Francisco Sánchez Ozcoz; R.P. Benito González Romero; R.P. Fabián Marquiegui Sarasqueta; R.P. León González Macizo; R.P. Luis Goñi Echarri; H. Ambrosio Legorburu; H. Abilio Redondo Cuesta y H. Pedro Larrabide Zubiarre. [10][10] Ambrosio de San Luis, en la vida civil Bernardo Legorburu Torrecilla. Nació el 23 de julio de 1896 en Oteiza, Pamplona, Navarra. Hijo de Alejandro y Paula. Profesó como hermano lego el 21 de diciembre de 1913. Toda su vida religiosa la pasó en Cuba. Murió en La Habana el 23 de julio de 1962. [11][11] El peso estuvo toda la primera mitad del siglo XX a la par del dólar o algo por encima. [12][12] Archivo Histórico de la Universidad de La Habana. Títulos expedidos por incorporación de títulos extranjeros. 1915. Federico de Arias Rey. Arquitecto. Libro 8. Este señor era catalán y parece que estudió en Barcelona, acreditando luego su calificación en Cuba para ejercer. [13][13] Destacado arquitecto cubano graduado en la Universidad de La habana el 28 de junio de 1916. Archivo Histórico de la Universidad de La Habana. Registro de títulos correspondiente a la Facultad de Letras y Ciencias – Libro 10. [14][14] En la vida civil Emiliano Acedo Sánchez. Nacido el 5 de enero de 1900 en Mendigorría, Navarra. Hijo de Agapito y Brígida. Profesó el 5 de diciembre de 1918 y se ordenó el 22 de septiembre de 1923. Muere el 26 de octubre de 1951 en La Habana. Es una vida dedicada a Cuba. [15][15] Para el mundo Francisco Sánchez Ozcoz. Nació el 18 de junio de 1909 en Castejón, Navarra. Profesó el 4 de julio de 1925 y se ordenó el 19 de junio de 1932. Muere el 26 de marzo del 2001 en La Habana. Es una vida dedicada a Cuba. [16][16] Teófilo de San Francisco Javier, muerto el 5 de agosto de 1958 en La Habana. Dedicó su vida a Cuba y al templo de La Habana. [17][17] Antonio de Jesús Agonizante,cp. En la vida civil Eugenio Antonio Perujo Ruiz. Nacido el 13 de noviembre de 1914 en Alfaro, Calahorra, Logroño. Profesó el 3 de diciembre de 1930 y se ordenó el 22 de mayo de 1937. Muerto en La Habana el 12 de septiembre de 1993.
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