Monday, November 10, 2008

Julio Alvarez Bravo. Un cuento de boxeo


Recuerdos de provincia

Una gran cantidad de carteles pegados en la plaza de armas, terminales de buses y en las vitrinas del comercio, anunciaban con grandes letras la próxima velada de boxeo que se efectuaría en el pueblo. Así con carteles de colores se presentaba el currículum de los púgiles que se enfrentarían en una inolvidable jornada de golpes.

¡Primera pelea de la noche!

El local, José Cortés “el Jote”, un estilista del box versus la esperanza de San Fernando, el ex conscripto “Cañón González”

¡Segunda pelea de la noche!

Renato Hernández “Chico de los tomates”, destaca su valentía y habilidad, su contendor, “Tiburón Mardones” púgil del puerto de San Antonio, un desconocido sin mayores detalles en el cartel.

¡Última pelea de la noche!

El que gane esta pelea será presentado en el “Caupolicán”. El crédito local, Patricio Urquieta, “Pecho de palo”, la gran esperanza de la afición local. y su contrincante “Cloroformo Pineda”, número uno del club México de la capital.

De preliminar se aseguraba la presencia de púgiles venidos de los barrios de Los Cruceros, Santa Elvira, El Llano y San Miguel.

Estoy sentado en un banco de la Plaza de Armas, recordando, se agolpan las imágenes, los sonidos y las luces, una vieja fotografía que se anima, una mirada que recorre el tiempo sin tiempo.

Siempre me agitaba el ánimo las luces del Gimnasio del Cuerpo de Bomberos, desde la semipenumbra de mi calle se veía como explotaban al cielo, se me imaginaban fuegos de artificios que te invitaban porque allí “algo pasa”, así escupíamos el bostezo provinciano del pueblo.

Y empezaron los preliminares. Una seguidilla de peleas, en que principiantes lanzaban golpes sin pudor a sus rivales. En medio de un tremendo griterío el árbitro se esforzaba en hacer respetar la campana que ponía fin al remolino de puñetes que intercambiaban los contrincantes y que terminaba con uno de ellos tendido, siendo retirado en los hombros de su preparador.

Competencia aparte era la de los espectadores que siempre apostaban por el boxeador más débil, dándole ánimo para que resistiera. Como ellos pagaban su entrada exigían que el espectáculo durara y no fueran engañados con “paquetes”. Las bromas cruzadas entre los asistentes eran bofetadas de risas que nos mantenían expectantes. Un “turco”, amigo mío, tremendo de cabezón era conminado continuamente a quedarse sentado para dejar ver el ring.

Un impecable y engominado presentador anuncia ahora al “profesional” José Cortés “el Jote”, el que apareció con su entrenador, un señor de cabeza blanca, que sostenía un balde con agua y al cuello colgaba una toalla de color indefinible. En cada rincón del cuadrilátero había un recipiente que recibía los enjuagues y gárgaras de los púgiles, también pecastilla para evitar resbalones. Primer round. “El Jote” demostraba su estilo, bailoteaba y lanzaba su “jab” de izquierda alrededor de “Cañón González” que, impertérrito, guardia arriba, observaba como el “Jote” daba muestras de ser un eximio bailarín; el entrenador de cabeza blanca gritaba y lanzaba golpes al aire instruyendo así al pupilo. De repente, “Cañón” lanza un feroz derecho que da en pleno mentón del “Jote” quien da unos extraños y desacompasados pasos para caer en medio del ring; “Cañón” salta de alegría mientras se recuesta en las cuerdas haciendo crujir los postes , al “Jote” le gritaban de la galería, ¡dedícate al ballet!.

La segunda pelea, “Chico de los tomates” precalentaba saltando como un canguro rebotando en las cuerdas que se tensaban tambaleando los postes que sostenían el ring. El entrenador de cabeza blanca llenaba de ungüentos al peleador local, el que lanzaba sus enjuagues bucales a cualquier parte salpicando a los jueces y al calvo cronometrista. Cuando apareció “Tiburón Mardones” hubo un gran silencio en el publico; el porteño peinado a la gomina y con una impresionante y refulgente bata de seda roja subió al ring, el estupor sólo se quebró cuando de la galería gritaron: “anda a devolverle la camisa de dormir a la Rucia Teresa” aludiendo a una conocida prostituta porteña. La pelea transcurrió sin gracia hasta que en el último asalto “el chico” tocó levemente, como una caricia, la barbilla del robusto “Tiburón”, que cayó nocaut. El local se subió a las cuerdas, lanzó besos con los gordos guantes lleno de alegría mientras “Tiburón” se retiraba como borracho con la colorida bata a la rastra.

¡La última pelea de la noche!

Urquieta, “Pecho de palo”, frente al capitalino “Cloroformo Pineda”; se repetía la ceremonia, el viejito de cabeza blanca echando ungüentos, la toalla era ya una bandera negruzca, y los jueces se limpiaban salpicados por las gárgaras de los púgiles. El local de clara ascendencia mapuche, sentado en un piso que se perdía en sus ampulosos glúteos se concentraba; “Cloroformo”, el santiaguino, empezó a demostrar desde el comienzo que manejaba la técnica con destreza. ”Pecho de palo” era solo una máquina que lanzaba golpes, de improviso se veían cuatro brazos como aspas de un molino. el ring crujía. la pelea no se daba para el local que recibía castigo.

¡Último round!

La afición solo pedía un desenlace por la vía rápida y animaba a “Pecho de palo”. El capitalino esquivaba y contragolpeaba, la cosa estaba oscura como la toalla, nadie reparaba en el rechinar de los postes del ring; en un momento, el local lanza un tremendo golpe como salido de una boleadora de sus ancestros, que el técnico boxeador visitante esquiva con soltura, pero este furioso meteoro de cinco dedos, fruto del ansia de triunfo, pasa de largo y golpea con estrépito el poste de un rincón del cuadrilátero, que sostiene las cuerdas, quebrándolo y derribándolo. Caen las cuerdas, se termina el ring, la pelea sigue. “Pecho de palo” persigue a su rival para asestarle un golpe, el griterío es ensordecedor, lo persigue obsesionado, hasta que los boxeadores pasan por encima de las cuerdas abandonando la tarima.

Inmediatamente el juez encontró el resquicio, fue a buscar a “Pecho de palo” y le levantó la mano declarándolo vencedor por abandono de “Cloroformo”, el que alegaba poca seriedad de los huasos.

Si empujo el portón aparecerán como magia las imágenes, los sonidos y las luces, sin embargo sólo están en mí, los niños que juegan indiferentes, no las ven ni las escuchan porque todo esta cambiado. Son tan solo mis recuerdos y mi tiempo sin tiempo que me traiciona de cuando en cuando.

Del libro "Melipilla: liugar de encuentro" (2006)

(Del libro “Melipilla: lugar de encuentro”. Año 2006)

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